Gustavo Carbone, el último sabueso


Por Adrián Pino

Gustavo era de esos tipos que ya no quedan. Terco, persistente y, sobre todo, profundamente optimista. Así refundó uno de los medios de comunicación más plurales que hoy persisten en todo el periodismo argentino. Se fundió, se levantó, se volvió a tropezar decenas de veces y sin embargo nada pudo con su empeño y la pasión con que abrazó el periodismo.

Sabedor de los bueyes con los que araba, resistió los más duros embates: aprietes, represalias, intentos de "asfixia" económica con el jueguito de la pauta oficial y operaciones de toda cuantía. Aún en los momentos de mayor desesperanza, jamás perdió la lucidez ni bajó los brazos. Se mantuvo erguido, evitó arrodillarse y contestó con las mejores armas: la pluralidad, la apertura de micrófonos, la cesión de la palabra para decir con libertad, su bandera más preciada.

Emprendedor como pocos, sus ansias de consolidar un periodismo libre, soberano e independiente lo llevó a extender las fronteras de El Día más allá de lo imaginado, con la astilla que eso significaba para los que lo combatieron con ardides de baja estofa, con palos en la rueda, con chicanas que no hacían más que entusiasmarlo para redoblar los esfuerzos.

... El vacío es enorme, abismal. Pero en su partida nos dejó lo mejor de sus etapas: el entusiasmo de juventud (que lo acompañó hasta sus últimos días), la profunda vocación democrática que le demostró e inculcó a sus adversarios circunstanciales, y el ejemplo de una vida plena y sin medias tintas que nos contagió a quienes tuvimos el orgullo de compartir parte de sus días.

Se fue el último sabueso, aquel que gustaba olfatear donde hay que meter las narices, sin temor, con convicción y con pasión. Un periodista de raza al que nadie podrá decirle que alguna vez se hizo el distraído.