La inseguridad en Argentina, tema de estudio en EEUU
Movilizaciones, piquetes, cortes de puentes internacionales y casos de gatillo fácil son algunos de los episodios que trascienden en el exterior. Los noticieros en EEUU difunden estas imágenes como si se tratara de situaciones “normales” en países del subdesarrollo. En la charla cotidiana, muchos ciudadanos estadounidenses consideran que estas son tierras “peligrosas e inseguras”, y muchos desisten de viajar a la Argentina por estos mismos motivos.
Si bien estos preconceptos son moneda corriente –con cierto asidero en nuestra realidad–, el ámbito universitario explora el fenómeno desde una perspectiva más integral.
Nuestra inseguridad, desde EEUU
En los pasillos de la Universidad de Texas Tech, el profesor Neil Pearson recorre la biblioteca, Internet y sus archivos de los viajes que ha hecho a Argentina para avanzar en su trabajo de investigación sobre la inseguridad en nuestro país. El foco del análisis está centrado en los casos de Mendoza, Corrientes, Neuquén y Salta donde se han impulsado algunos intentos de reforma del sistema de seguridad y la estructura policial, en coincidencia con la existencia de varios casos de corrupción y gatillo fácil.
El profesor Pearson habla de Argentina con conocimiento de causa. Sabe de la alineación del gobernador Cobos (Mendoza) con la política “K”, conoce las raíces del enfrentamiento de Sobisch (Neuquén) con el presidente Kirchner y tiene muy presente la herencia que dejó la dictadura en las fuerzas de seguridad.
En un castellano duro que se mezcla con algunas palabras del inglés, este investigador repasa en su trabajo las reformas establecidas por el gobierno de facto de Onganía a partir de 1966 con la “nacionalización” de las fuerzas de seguridad y un control más directo desde el Poder Ejecutivo, en un esquema que declaraba como objetivo “profesionalizar” a las fuerzas de seguridad del país. En ese contexto, el documento considera que ese intento de profesionalización creó una subcultura militar inspirada en la Doctrina de Seguridad Nacional que preparaba a las fuerzas para la lucha contra la subversión.
El trabajo del profesor Pearson y sus asistentes del departamento de Ciencias Políticas agrega que el proceso de democratización que se abrió en Argentina desde 1983 hizo varios esfuerzos por modificar esta estructura represiva. Sin embargo, a pesar de esos intentos en el borrador de su tesis a la que tuvo acceso el equipo de El Día, el profesor Pearson señala que el 57 por ciento de las víctimas en Argentina no denuncian los hechos delictivos a la policía porque la consideran “ineficiente”, “una pérdida de tiempo” o porque “no sirve para nada” (Fuente: “La nueva mayoría”). También recuerda que en diciembre de 1998, el 27 por ciento de los habitantes del Gran Buenos Aires habían sido víctimas de algún delito.
En su investigación, Neal Pearson analiza las reformas impulsadas por las políticas públicas en materia de seguridad posteriores a la crisis de 2001 en algunas provincias argentinas y las modificaciones que trataron de establecerse en la estructura de la policía. En una apretada síntesis de un trabajo que aún no está terminado, este docente emérito de la Universidad de Texas Tech concluye que la reforma que impulsó una nueva estructura en las policías locales sólo agrandó la estructura burocrática y creó lo que el investigador denomina “policías de escritorio” en desmedro de “los policías de calle”. El temor a la policía por parte de los ciudadanos y la desconfianza que reina hacia la autoridad policial en nuestro país es el punto más sobresaliente y más difícil de comprender para los habitantes de EEUU, que aún confían en sus agentes de seguridad.
The Independence day
Well, here we are. Almost two centuries after the independence day.
Desde aquel empréstito que tomamos con la Baring Brothers durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, en adelante, la enajenación de los bienes nacionales ha sido permanente.
Les permitimos a los capitales ingleses que inviertan en sectores claves de nuestra economía, que luego nacionalizamos y privatizamos nuevamente pocas décadas más tarde.
El ferrocarril que imaginó Scalabrini Ortiz sirvió a los fines del desarrollo nacional hasta que los compromisos externos asumidos fueron generando las condiciones para que vuelva a manos privadas, con la desaparición de ramales, despidos masivos y la destrucción de uno de los pilares de la economía nacional.
Las reservas petroleras, en manos españolas, brasileñas y holandesas.
Los recursos naturales, en especial el agua, con fuertes inversiones de capitales extranjeros (principalmente de EEUU) que compran nuestras tierras en zonas estratégicas de acceso a los lagos o el Acuífero Guaraní.
Los bancos, a excepción de unos pocos amigos del gobierno, controlados por capitales transnacionales que ya demostraron en 2001 que son capaces de vaciar al país en unas pocas horas y producir una corrida de depósitos que nos pone al borde de la fractura financiera.
Los hipermercados, pese a don Coto, se concentran en manos de la francesa Carrefour y la norteamericana Wall Mart, comiéndose a los hermanos menores como Norte, Casa Tía y los cientos de supermercados y almacenes que han debido cerrar sus puertas.
El payaso de Ronald Mc Donald y sus hamburguesas, junto a Burger King, avanzan sobre nuestros hábitos alimentarios y costumbres, matando la sobremesa, despersonalizando los espacios a cambio de una estética fría que se repite por el mundo.
Por si fuera poco, la industria cultural se ha devorado nuestra producción: el cine repite la vertiginosidad de Hollywood, la tele compra formatos extranjeros y exporta latas que imitan esa misma línea de trabajo, y nos pasamos mirando “Gran Hermano” mientras el ojo avizor nos controla desde los satélites.
A tal punto llega nuestra dependencia en ciertas áreas que hasta para contar nuestras vacas tenemos que pedir ayuda o –peor– permiso al señor Gallup y otras agencias internacionales. Es que son ellos los que tienen la capacidad tecnológica para seguir de cerca la evolución de nuestra hacienda y nuestros campos, en un espionaje que sin duda permite predecir lo que puede ocurrir con los precios internacionales.
Ese es el presente. Vale la pena entonces evaluar qué es lo que se conmemora este 9 de julio.
Desde aquel empréstito que tomamos con la Baring Brothers durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, en adelante, la enajenación de los bienes nacionales ha sido permanente.
Les permitimos a los capitales ingleses que inviertan en sectores claves de nuestra economía, que luego nacionalizamos y privatizamos nuevamente pocas décadas más tarde.
El ferrocarril que imaginó Scalabrini Ortiz sirvió a los fines del desarrollo nacional hasta que los compromisos externos asumidos fueron generando las condiciones para que vuelva a manos privadas, con la desaparición de ramales, despidos masivos y la destrucción de uno de los pilares de la economía nacional.
Las reservas petroleras, en manos españolas, brasileñas y holandesas.
Los recursos naturales, en especial el agua, con fuertes inversiones de capitales extranjeros (principalmente de EEUU) que compran nuestras tierras en zonas estratégicas de acceso a los lagos o el Acuífero Guaraní.
Los bancos, a excepción de unos pocos amigos del gobierno, controlados por capitales transnacionales que ya demostraron en 2001 que son capaces de vaciar al país en unas pocas horas y producir una corrida de depósitos que nos pone al borde de la fractura financiera.
Los hipermercados, pese a don Coto, se concentran en manos de la francesa Carrefour y la norteamericana Wall Mart, comiéndose a los hermanos menores como Norte, Casa Tía y los cientos de supermercados y almacenes que han debido cerrar sus puertas.
El payaso de Ronald Mc Donald y sus hamburguesas, junto a Burger King, avanzan sobre nuestros hábitos alimentarios y costumbres, matando la sobremesa, despersonalizando los espacios a cambio de una estética fría que se repite por el mundo.
Por si fuera poco, la industria cultural se ha devorado nuestra producción: el cine repite la vertiginosidad de Hollywood, la tele compra formatos extranjeros y exporta latas que imitan esa misma línea de trabajo, y nos pasamos mirando “Gran Hermano” mientras el ojo avizor nos controla desde los satélites.
A tal punto llega nuestra dependencia en ciertas áreas que hasta para contar nuestras vacas tenemos que pedir ayuda o –peor– permiso al señor Gallup y otras agencias internacionales. Es que son ellos los que tienen la capacidad tecnológica para seguir de cerca la evolución de nuestra hacienda y nuestros campos, en un espionaje que sin duda permite predecir lo que puede ocurrir con los precios internacionales.
Ese es el presente. Vale la pena entonces evaluar qué es lo que se conmemora este 9 de julio.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)