Well, here we are. Almost two centuries after the independence day.
Desde aquel empréstito que tomamos con la Baring Brothers durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, en adelante, la enajenación de los bienes nacionales ha sido permanente.
Les permitimos a los capitales ingleses que inviertan en sectores claves de nuestra economía, que luego nacionalizamos y privatizamos nuevamente pocas décadas más tarde.
El ferrocarril que imaginó Scalabrini Ortiz sirvió a los fines del desarrollo nacional hasta que los compromisos externos asumidos fueron generando las condiciones para que vuelva a manos privadas, con la desaparición de ramales, despidos masivos y la destrucción de uno de los pilares de la economía nacional.
Las reservas petroleras, en manos españolas, brasileñas y holandesas.
Los recursos naturales, en especial el agua, con fuertes inversiones de capitales extranjeros (principalmente de EEUU) que compran nuestras tierras en zonas estratégicas de acceso a los lagos o el Acuífero Guaraní.
Los bancos, a excepción de unos pocos amigos del gobierno, controlados por capitales transnacionales que ya demostraron en 2001 que son capaces de vaciar al país en unas pocas horas y producir una corrida de depósitos que nos pone al borde de la fractura financiera.
Los hipermercados, pese a don Coto, se concentran en manos de la francesa Carrefour y la norteamericana Wall Mart, comiéndose a los hermanos menores como Norte, Casa Tía y los cientos de supermercados y almacenes que han debido cerrar sus puertas.
El payaso de Ronald Mc Donald y sus hamburguesas, junto a Burger King, avanzan sobre nuestros hábitos alimentarios y costumbres, matando la sobremesa, despersonalizando los espacios a cambio de una estética fría que se repite por el mundo.
Por si fuera poco, la industria cultural se ha devorado nuestra producción: el cine repite la vertiginosidad de Hollywood, la tele compra formatos extranjeros y exporta latas que imitan esa misma línea de trabajo, y nos pasamos mirando “Gran Hermano” mientras el ojo avizor nos controla desde los satélites.
A tal punto llega nuestra dependencia en ciertas áreas que hasta para contar nuestras vacas tenemos que pedir ayuda o –peor– permiso al señor Gallup y otras agencias internacionales. Es que son ellos los que tienen la capacidad tecnológica para seguir de cerca la evolución de nuestra hacienda y nuestros campos, en un espionaje que sin duda permite predecir lo que puede ocurrir con los precios internacionales.
Ese es el presente. Vale la pena entonces evaluar qué es lo que se conmemora este 9 de julio.