Este 7 de junio, al conmemorarse una vez más el Día del Periodista, han sido variadas las salutaciones e invitaciones para participar de diversos agasajos que se organizaron para los periodistas.
Independientemente de la posibilidad de debatir acerca de la tarea periodística, a veces confundida con el mero hecho de trabajar en un medio de comunicación, es llamativo el auge que ha tomado esta práctica entre las más diversas instituciones.
Es público y notorio que la actividad periodística tiene una estrecha relación con el éxito o el fracaso de los más diversos emprendimientos.
Tal vez sea esa la explicación de tanto agasajo. Hay, en ello, saludos sinceros y velados intentos de cooptar la conciencia de los periodistas para mejorar la imagen de funcionarios, gobiernos, empresas, instituciones.
Tal vez no haya sido acertado que el periodismo participe de un almuerzo convocado por el gobierno municipal, que se pagó con dinero de todos los contribuyentes.
Sobre todo cuando uno se pregunta, ¿por qué el gobierno comunal no invita a un almuerzo a los estudiantes en su día, a los trabajadores, a los propios empleados municipales, a los maestros, a los padres?
Pero a no confundirse. Esa pequeña desviación a la que todos –o casi todos, para ser justo– nos vimos tentados no modifica en absoluto el compromiso con la tarea y la búsqueda de la verdad. La aclaración parece evidente, pero sin embargo no lo es para los propios interesados que a veces pergeñan pequeños privilegios para tratar de comprar una opinión favorable o, lo que es peor, un silencio cómplice.
El trabajo del periodista está mal pago. Los dolores de cabeza son más habituales que los reconocimientos. Y el terreno es propicio para aflojar a las tentaciones.
Por eso hay mercenarios dentro de la actividad, y hay muchos otros que se ven obligados a conducir un remis, otros que realizan tareas administrativas, hay periodistas que venden ropa. Alcanzan los dedos de una mano para contar los periodistas que viven de su profesión.
Poca gente lo sabe. Por eso en estos tiempos, en esta ciudad, dedicarse al periodismo tiene mucho más de apostolado que de rédito.
Un pequeño clic en alguna cabeza alcanza para saber que se ha cumplido con la tarea, aunque ello haya significado perder horas de sueño, correr entre un trabajo y otro, o resignar calidad de vida por abrazar esta profesión.