Hanna Arendt ya había anticipado que la emergencia del mundo moderno desdibujó el criterio de autoridad. La secularización de la política y de sus actos fundacionales –en este aspecto me detengo más adelante– desacralizan la verdad dogmática, última, absoluta que se había construido en torno de la religión. Lo sagrado, en vez de fundamento de autoridad, pasa a ser entendido como autoritario, violento.
Las reformas de mercado y el triunfo del capitalismo a escala global profundizan este acto de desacralización y pulverizan los cimientos que sostenían la autoridad, a partir de nuevas operaciones de representación que desvinculan lo simbólico y lo real.
La figura del Padre –el efecto de legitimación que producía el Nombre-del-Padre– ha declinado ante el avance del discurso capitalista posmoderno del fin de los grandes relatos, del fin de la Historia. Como sostiene Silvia Ons[1], “el discurso del amo es sustituido por el discurso capitalista, y el poder preformativo de la palabra encarnada en el significante amo es relevado por la tecnocracia como nueva fuente de poder”: los términos Globalización, Democracia, Mercado en sus acepciones actuales se enmarcan en estas operaciones ideológicas que licuan los sentidos políticos para convertirlos en significantes vacíos, a través de lo que Guy Debord denominó “operaciones tecno-estéticas”.
En este esquema, el mundo de los simulacros globalizados –posible gracias a los nuevos soportes tecnológicos– ha consolidado una noción de autoridad “no autorizada”. Desautorizada, según Claude Lefort, por el advenimiento de las democracias de mercado que convierten el lugar de poder en un lugar vacío y, en ese horizonte, quien quiera ocuparlo se transforma automáticamente en usurpador.
[1] Silvia Ons, “El cinismo posmoderno en tiempos de la expropiación de lo real”.