El resurgimiento del reggae como ritmo musical de raíz africana ha marcado una fuerte ascendencia entre los adolescentes de la Argentina.
Esta moda ha traído aparejada la aparición de una actitud pseudo bohemia por parte de algunos que adolescen –aunque ya no están en edad para ello– de ideas claras respecto de sus metas en la vida y terminan creando una imagen de si mismos que apenas si pueden sostener ante sus propios ojos.
Combinan ropas sueltas que mezclan la cultura hindú, los colores del África negra, el look de desidia que impuso la industria textil norteamericana y algún resabio de las culturas precolombinas en los accesorios, que se destacan por encima de las John Foos que se fabricaron con trabajo infantil y explotación.
Ese es el ropaje apenas que recubre una personalidad extraviada, que se disfraza de pseudo bohemia; dicen vivir “colgados” para no asumir responsabilidades, se muestran despreocupados por la vida material mientras pregonan la transformación del mundo.
Una transformación a la que creen aportar corriéndose del sistema, mientras alimentan los circuitos de consumo con cuanta cosa les ofrece el mercado.
Están confundidos: dicen adorar a Haile Selassie como si se tratara de un líder revolucionario, sin saber nada de este déspota etíope que aseguraba sin tapujos que “un rey no debe Jamás lamentar el uso de la fuerza”.
La confusión parece la norma y la apariencia, la necesidad.
Hablan de libertad, de elecciones de vida, cuando son prisioneros de esa imagen que ellos mismos se han creado. No se permiten bañarse muy seguido, prefieren pasar frío en una plaza antes que estar abrigados frente a la tele, y se alimentan de humo blanco con tal de no consumir “comida chatarra”.
Es así que mientras la vida transcurre, ellos permanecen al costado del camino.
Benedetti ya se ocupó de contestarles por nosotros: “…y te quedas inmóvil al borde del camino, y te salvas; entonces no te quedes conmigo”.