Taller de Periodismo y Derechos Humanos




“Los desafíos del Periodismo y la Escuela”

Con los talleres ya realizados en diferentes ciudades de la provincia, sigue adelante el Seminario-Taller "Periodismo y DDHH".
Este año, la iniciativa que promueve la Subsecretaría de DDHH de Entre Ríos, pretende fomentar la capacitación y reflexionar junto a docentes y comunicadores acerca de la relación del periodismo con los Derechos Humanos.
El Seminario está a cargo del Licenciado Adrián Pino, jefe de redacción del Diario “El Día” de Concepción del Uruguay, quien aborda la relación de los medios de comunicación con la educación y la tutela de esos derechos. Este año, el Seminario está orientado al análisis de “los desafíos del periodismo y la escuela”, frente al actual mapa mundial de la información, la concentración de los medios y las nuevas formas de censura que impone el vigente sistema global, que afectan un derecho humano básico, fuente del ejercicio de otros derechos como es el acceso a la información.
A lo largo de este taller, ya son cientos los docentes y comunicadores que se capacitan en esta temática, pero fundamentalmente aportan sus propuestas y problemáticas locales referidas a la violación de los derechos humanos y el rol de los medios en cada comunidad.
Ya hay una extensa lista de actividades para el aula y los medios de comunicación que está siendo organizada por el capacitdor para conformar una base de información de acceso público que sirva de guía para docentes y comunicadores.

Por contactos e información: pinocomunicacion@gmail.com


Ser periodista

La maraña de noticias que nos envuelve cada día hace que la mirada sobre la realidad se transforme en una empresa cada vez más compleja. La vorágine informativa nos distrae, nos aturde, nos atormenta. ¿O alguien se acuerda acaso de los títulos del miércoles pasado? Ni hablemos de lo que aconteció hace un mes atrás.

En la construcción de la escena pública, una noticia tapa a la otra, un escándalo esconde al anterior y una ola de nimiedades inunda toda la escena para ahogar las escasas miradas profundas que intentaron bucear en la realidad.

Gran Hermano, los bailes, el caño y la tele que habla de la tele operan permanentemente como disuasor de la mirada crítica. El ojo avizor queda envuelto en nubes y niebla que hace vizcosa la percepción de lo que ocurre.

Ser periodista implica luchar contra todo eso. Requiere molestar, investigar, denunciar, reflexionar, analizar e interpretar.

El trabajo es solitario, arduo, incómodo, pero necesario.

Porque el desconcierto que reina nos quita un poco de libertad. Equivocamos el rumbo, erramos el diagnóstico, perdemos de vista al enemigo y confundimos a nuestros carceleros.

Más que nunca necesitamos de los Walsh, los Urondo, los Conti y tantos otros que luchan en silencio y nos enseñan a desentrañar esa maraña que nos asfixia. Nos enseñan a no bajar los brazos frente a las tentaciones de la comodidad, nos enseñan a molestar, a incomodar.

Nos enseñan, sobre todo, que el periodista debe abandonar el lugar de la neutralidad para abrazar las banderas del compromiso.

Los pseudo bohemios

El resurgimiento del reggae como ritmo musical de raíz africana ha marcado una fuerte ascendencia entre los adolescentes de la Argentina.

Esta moda ha traído aparejada la aparición de una actitud pseudo bohemia por parte de algunos que adolescen –aunque ya no están en edad para ello– de ideas claras respecto de sus metas en la vida y terminan creando una imagen de si mismos que apenas si pueden sostener ante sus propios ojos.

Combinan ropas sueltas que mezclan la cultura hindú, los colores del África negra, el look de desidia que impuso la industria textil norteamericana y algún resabio de las culturas precolombinas en los accesorios, que se destacan por encima de las John Foos que se fabricaron con trabajo infantil y explotación.

Ese es el ropaje apenas que recubre una personalidad extraviada, que se disfraza de pseudo bohemia; dicen vivir “colgados” para no asumir responsabilidades, se muestran despreocupados por la vida material mientras pregonan la transformación del mundo.

Una transformación a la que creen aportar corriéndose del sistema, mientras alimentan los circuitos de consumo con cuanta cosa les ofrece el mercado.

Están confundidos: dicen adorar a Haile Selassie como si se tratara de un líder revolucionario, sin saber nada de este déspota etíope que aseguraba sin tapujos que “un rey no debe Jamás lamentar el uso de la fuerza”.

La confusión parece la norma y la apariencia, la necesidad.

Hablan de libertad, de elecciones de vida, cuando son prisioneros de esa imagen que ellos mismos se han creado. No se permiten bañarse muy seguido, prefieren pasar frío en una plaza antes que estar abrigados frente a la tele, y se alimentan de humo blanco con tal de no consumir “comida chatarra”.

Es así que mientras la vida transcurre, ellos permanecen al costado del camino.

Benedetti ya se ocupó de contestarles por nosotros: “…y te quedas inmóvil al borde del camino, y te salvas; entonces no te quedes conmigo”.

Diálogo con Aníbal Ford: ¿Lo que no está en Internet no existe?

Aníbal Ford es escritor, director de la Maestría en Comunicación y Cultura de la UBA y uno de los investigadores más comprometidos que tiene la Argentina. Preocupado por desmitificar el concepto de la aldea global y de “la nueva sociedad de la información”, en sus últimas reflexiones denuncia la existencia de “una brecha digital” que está haciendo que “mucho de nuestra cultura, de nuestra historia, de nuestra memoria, haya sido borrado, está siendo o va a ser borrado”.

El hombre, sexagenario ya y con pelo blanco, entra a la impecable aula de Posgrado con una camisa leñadora que desentona con la formalidad de la mayoría de los presentes. Su relato es pausado, tranquilo y seguro, con una voz ronca producto de largos años de gritar en la nada las terribles consecuencias que la introducción de los avances tecnológicos están generando para la identidad cultural de los países de América Latina.
“La base de mi razonamiento –explica Aníbal Ford– es que mientras por un lado tenemos que investigar, rastrear, discutir, los cambios constantes de las nuevas tecnologías o los temas y problemas que generan, por otro debemos tener en cuenta que esta problemática es sólo parte de la cultura de un 10% o 15% de la población mundial. Que el resto, que el "rest of the world" como diría la revista Colors de Benetton/Mondadori, casi el 80% de la población mundial, no participa de estas preocupaciones o discusiones, salvo en los sectores económicamente más altos de los llamados eufemísticamente `países en vías de desarrollo´.
Digo esto en el marco de una brecha social, económica, pero también infocomunicacional y cultural que se ha duplicado en los últimos 30 años, con tendencia a seguir creciendo”.

La falacia de la democracia informativa
La profundidad de razonamiento de Aníbal Ford parece no tener límites. Relaciona los hechos más diversos con situaciones globales, y a la vez locales, que hoy forman parte de esta nueva “sociedad de la información”, señalada por muchos como el inicio de una “nueva era” (Tercera Ola, dirían los Toffler) que va a traer la solución a todos los problemas gracias a la democratización de la información.
Y aquí es donde rápidamente Aníbal Ford pone la mirada y da la puñalada que hiere de muerte a este paradigma: “la sociocultura de nuestro tiempo no puede explicarse sino se tiene en cuenta que las diversas "industrias de lo simbólico", de la informática a la producción audiovisual, constituyen uno de los ejes centrales de la masa crítica de la economía mundial. Y también uno de sus soportes: sin las llamadas nuevas tecnologías no podrían entenderse el complicado y oscuro juego del capitalismo financiero internacional. Como también las nuevas formas de control social, identificación y espionaje, ni la presencia de los "grupos de inversión" en la comunicación y la cultura contemporáneas que han dado una vuelta de tuerca a la transformación en mercancía de todo tipo de práctica social crítica.

Borrar nuestra cultura
Para Ford, “esta situación de América Latina es claramente crítica. Y se acentúa con la generalización del uso de las nuevas tecnologías en los sistemas escolares, laborales y e institucionales en general. La masa de software, de información, de sistemas que hoy mueve el mercado internacional desplaza, muchas veces groseramente, no sólo la cultura o la sociocultura de los países pobres (basta analizar una enciclopedia en CDRom para comprobar esto) sino los posibles y adecuados ingresos de las nuevas tecnologías en sus proyectos y sistemas de vida, en el perfil de –como diría Herbert Schiller– "la información socialmente necesaria" que necesitan para sobrevivir. Si "lo que no está en Internet no existe" como a veces dice el despiadado marketing de la red, la conclusión es que mucho de nuestra cultura, de nuestra historia, de nuestra memoria, de los conocimientos sobre nuestros recursos, de aquello que precisamos no sólo para recordar sino para salir de la crisis, ha sido borrado, está siendo o va a ser borrado. En que esto no suceda está el centro de nuestro trabajo. O de nuestra pelea”.